José Lázaro Galdiano


José Lázaro Galdiano nació en Beire, pueblecito navarro cercano a Tafalla. A temprana edad quedó huérfano de madre y, tras su paso por la escuela rural, estudió el bachillerato en los Escolapios de Sos del Rey Católico. En septiembre de 1877, entró como escribiente en la sucursal del Banco de España en Pamplona. Se estableció en Valladolid, desde octubre de 1880 hasta agosto de 1881, y más tarde en Málaga, hasta agosto de 1882, año en el que se trasladó a Barcelona. Después de una breve estancia de menos de dos meses en Valencia en 1887, regresó a la ciudad condal y allí, a finales de este mismo año, puso fin a su actividad como empleado de banca.

En su etapa vallisoletana, donde comenzó los cursos preparatorios de la carrera de Derecho, se encargó de la dirección de El Liceo, revista que abarcaría una amplia temática de ciencias, artes y letras. Sin embargo, fue en Barcelona en donde, junto a escarceos periodísticos, se desarrolló con la ilusión y entrega propias de la juventud su afición al coleccionismo, tanto de libros como de obras de arte, que bien puede decirse que fue en él constante invariable.

Por estas fechas Lázaro había comenzado su actividad periodística, publicando artículos sobre temas artísticos en La Vanguardia y, más tarde, formó parte de la Comisión de Festejos en la Exposición Universal que se celebró en la ciudad condal en 1888. Lázaro se trasladó a Madrid en los últimos meses de aquel año e inmediatamente se ocuparía de la preparación de una revista de gran predicamento en la época, La España Moderna, proyecto que se ampliaría con la editorial homónima en la que tuvo a su cargo la publicación de numerosas obras de carácter literario, histórico, filosófico, jurídico y médico, entre otras materias, que superaron los seiscientos títulos, aparte de diferentes publicaciones periódicas de vida más breve: La Nueva Ciencia Jurídica, Revista Internacional y Revista de Derecho y Sociología. En la primera etapa de la revista y de la editorial —una de las mayores iniciativas culturales de su época y una tarea de mecenazgo ante el depauperado mundo intelectual y cultural del momento— contaron con el apoyo y la influencia de Emilia Pardo Bazán, pero a partir de 1894, Lázaro siguió los consejos de Unamuno y de Menéndez Pelayo.

Establecido en Madrid pudo, junto a la actividad editorial, desarrollar mejor su afición al coleccionismo de arte y de libros. También, entre 1896 y 1902, estuvo vinculado a las actuaciones que llevaba a cabo la Sociedad Española de Excursiones y ocupó la vicepresidencia del Ateneo de Ma­drid.

Sin olvidar su condición de viajero infatigable, diremos que residió en la Cuesta de Santo Domingo, número 16, y en la calle de Fomento, número 7, en el piso bajo de la casa de la Marquesa de Aguiar.

Cabe señalar que después de numerosas interrupciones, ocasionadas por los traslados de domicilio, y de años de abandono de los estudios, concluyó su Licenciatura en Derecho y en 1898 obtuvo el Grado de Licenciado en Derecho Civil y Canónico por la Universidad Literaria de Santiago, después de haberse matriculado en distintas fechas en las universidades de Valladolid, Barcelona y Central de Madrid.

En 1903 contraía matrimonio en Roma con Paula Florido y Toledo. Anteriormente, esta distinguida dama argentina se había casado con un español residente en Argentina, Juan Francisco Ibarra (1873), con el gallego Manuel Vázquez Barros (1884) y con el bonaerense Pedro M. Gache (1887). Juan Francisco Ibarra, Manuela Vázquez Barros y Rodolfo Gache son los tres hijos de Paula Florido que vivían cuando se casó con Lázaro.

El nuevo matrimonio muy pronto comenzó a construir una señorial residencia en la calle de Serrano de Madrid, «Parque Florido», que se inauguró el 27 de mayo de 1909 con la presencia de Menéndez Pelayo, Echegaray, el Marqués de Pidal, el Marqués de Laurencín, Pablo Bosch y Ricardo de Madrazo entre otros eruditos, artistas y escritores.

En diciembre de 1914 Lázaro dejó de publicar La España Moderna, revista que se había editado durante veintiséis años y mantuvo, pero de forma casi testimonial, durante unos años la editorial. La clausura se debió a la situación económica originada por el conflicto bélico del momento, a la aparición de publicistas que sacaron a la luz colecciones similares, a la desaparición de autores que admiraba, como Menéndez Pelayo, Valera, Campoamor o Echegaray, que en esa fecha ya habían fallecido, y también probablemente al merecido descanso después de veintiséis años de entrega intensa y exigente a esta actividad editorial que alternaba con otras como la dedicación al coleccionismo de arte o de libros le proporcionaban también satisfacciones y prestigio. Recordaremos que formó parte del Patronato del Museo del Prado desde 1912 a 1918 y que presidió el Congreso Internacional de Historia del Arte celebrado en la Sorbona de París en 1921. Facilitó siempre la tarea de los investigadores y dio a conocer sus colecciones en muestras colectivas y en otras que exclusivamente presentaban piezas de su propiedad: Goya, en 1928, Encuadernaciones, en 1934, ambas en Madrid, La estética del libro español, en 1936, en París, La colección Lázaro de Nueva York, en 1945, en Lisboa.

La muerte de Paula Florido, acaecida el 31 de octubre de 1932 supuso una nueva adversidad y el cierre de la casa. José Lázaro permaneció largas temporadas fuera de España: durante la Guerra Civil recorrió Europa y al comenzar la Segunda Guerra Mundial se trasladó a Nueva York. En Estados Unidos siguió adquiriendo obras de arte, al parecer el único consuelo en su aislamiento, y el traslado definitivo a España con la colección reunida en Nueva York tiene lugar en 1945.

Finalmente, ha de consignarse su fallecimiento el día 1 de diciembre de 1947 en su casa de la calle de Serrano. Había otorgado testamento dos días antes y en esta disposición consta claramente su deseo: «Instituye heredero al Estado español».

Al año siguiente se creó la Fundación Lázaro Galdiano con el fin de conservar y difundir el patrimonio heredado, así como de perpetuar la memoria de quien —como dijo Unamuno— «supo rodearse de preciosidades artísticas seleccionadas con la más exquisita inteligencia, en aquella casa radiante de reflejos de pasadas grandezas».








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